lunes, 17 de octubre de 2011

Mi ceguera

Vieja desdentada, la muerte muerde el lastre de mis días.
Ella que de oscuro rostro se viste
se atraganta con unos huesos magros y astillados,
viejos como la paciencia y amargos como el ayuno.

Se agota esta luz.
Enciendo las velas que alumbran esquinas y hogares,
los escalones están rotos, dolidos de musgo y sal,
las aves derrotadas husmean en las alas de falsas beldades
que las olas adentran en el olvido.
Huele la tierra, huele la sal, huele la sangre
-partida, colmada, vendida-
Huele la mano que sesga con un sonido de palabras nuevas
el sentido de esa voz; la palabra es egoísta
cuando camina sola.

Crujen las paredes su vejez.
Años de sueño sobre huesos al descorrer las viejas cortinas,
tibios bosquejos de luz en las nubes que se alejan.
Una luna cicatrizada mece su duelo solitaria.
Una luna cicatrizada camina en el silencio
hacia el silencio, sola.

Palabras desde una guerra,
blanqueadas de tristeza en el tiempo.
Minuto a minuto una música latida
como lejana guadaña que recita,
detrás, entre puerta y pared, fiel guardiana como se han visto pocas.
Cuerpo y alma, entrega y celo.
Siguiendo los pasos de una eterna canción
pregunto dónde están las manos que caminan mi ceguera.

domingo, 16 de octubre de 2011

Nada puedo hacer

Nada puedo hacer para dejar de ser.
Caen cabeza abajo los días, unos tras otros,
en un vacío de muda complacencia.
Caen horas, minutos, segundos; cae un cuerpo
dolido, agotado.
Caen abajo, abajo, abajo...

Como el sueño de los amantes dormidos en las noches,
y el grito abierto de la pesadilla
devorando su hueco de cordura
como un aire que no he usado

Caminaré erguido al viento
azotado y confundido.
Caminaré
donde el alma caída germinará de nuevo en la noche
sin preguntarme qué labios resecos apuraron su sudor.