Hermosa te asomas a la calle, presumida Miseria,
llevas
puesta tu máscara de asustar
(surgida de tiempo en precario),
tus botas de roja caña,
el traje de años desvaídos
y los fieros dientes guardados en el bolso
(acaso te duelan hoy las encías).
Vieja eres, pero aún te quedan
-fingida y cariñosa-
tus rojos pezones sobre la blanca hiel,
y esa tersa náusea
que enmascara con deleite los pliegues goteados.
No me tardes, que hemos quedado pronto
y el café ya se ha enfriado.
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