jueves, 17 de marzo de 2011

El laberinto de su soledad


Un fantasma camina por las calles que el sueño acuna,
no es blanco, va de gris,
lleva chaqueta y le falta corbata.
La luna en sus pupilas refleja nostalgia y pérdida
de miel olvido.
Si llueve, se le encharca la barba,
y en los surcos siembra el laberinto de su soledad.

Cuentan quienes le ven que no asusta,
que la tristeza le abraza los hombros,
y en la mirada habita paisajes desolados.
Aún así, parece que sonríe, que habla con alguien,
que no está solo.

Un alma quebrada que cicatriza su dolor vagando
por las esquinas iluminadas de horas despiertas.
Vigilante de los miedos que devoran sueños,
vigilante de los ojos que callan silencios,
vigilante de los corazones alambrados,
de los cuerpos perdidos en sus infiernos,
de las vidas desvestidas de vida.

En las calles que el llanto chorrea,
un fantasma muerde sus labios
goteando cansancio.
El caminante de la luna regresa pálido,
como un columpio al que solo el viento pasea.

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